Atahualpa Yupanqui

La guitarra, la voz, el poema

Dijo Atahualpa Yupanqui: “La guitarra antes de ser instrumento fue árbol y en él cantaban los pájaros. La madera sabía de música mucho antes de ser instrumento.” *

Y en un imaginario soñado diálogo le responderíamos: Así es Don Ata, y es un privilegio tratarla, conocerla y aprender a escuchar sus historias. ¿Sabe, maestro, que no se las cuenta a cualquiera? Conoce incluso la música de las esferas, que le sirvió de alimento, y sabe también del discreto rumor de la brisa y de los profundos sonidos del silencio…

Recuerdos

Ya en los primeros años de su actividad creadora, en la década de los 60, alcanzaron las guitarras de Manuel Contreras un rápido prestigio. Y esto fue así muy especialmente entre los guitarristas y otros músicos y artistas latinoamericanos afincados en España, lo que le llevó pronto a París, donde estaban también radicados muchos de ellos.

Manuel viajaba frecuentemente allí, llegando incluso a establecer, durante unos años, una tienda en la capital francesa.

Él mismo nos contaba innumerables vivencias de la música y la bohemia de esos años en los míticos locales del Barrio Latino, como fuera  L’Escala y, especialmente para él, Candelaria. Tiempos de los Yares, los Machucambos, los Calchakis…

Y fue así y allí donde conoció e intimó con el inconmensurable Atahualpa Yupanqui. También con otros grandes, como el artista cinético venezolano Jesús Soto a quien le unió una entrañable amistad hasta el fin de sus días.  Y, por supuesto, con Paco Ibáñez, el Tata Cedrón y tantos otros.

Paco Ibáñez y Atahualpa Yupanqui

Con Don Ata conversó mucho en aquellos encuentros, lo que llevó al maestro a encargar a Manuel Contreras la construcción de una guitarra específicamente para él, cómoda para sus manos y diseñada para zurdo, no sólo adaptada.

Aquella guitarra se construyó y sonó en las manos de Atahualpa Yupanqui en múltiples escenarios. Es ésa que vemos junto al maestro en su estudio y ésta que suena en sus manos interpretando su “Milonga Perdida”.

También le escuchamos con ella aquí, a la entrada de su refugio de Cerro Colorado, donde hoy reposan sus cenizas, en este precioso documental para ver y escuchar con calma, paladeando cada imagen.

(*) Este Largo Camino,  Memorias  –  Atahualpa Yupanqui. Ed. Cántaro, 2008. Pág. 187.

       “En un tiempo, antes de ser guitarra, antes de que la madera fuera ahuecada, la guitarra fue simplemente un trozo de un árbol. Integró el cuerpo de un árbol determinado, un abeto azul, un jacarandá. Y ese árbol no era solitario, no estaba solo en una colina, sino que formaba parte de una pequeña selva, de eso que llamamos monte. Y ahí ese árbol era vecino de otros de todo tipo y especie, de hojas perecederas o no perecederas, de madera dura o madera blanda, de madera que absorbe la humedad o de madera que la conserva. Ahí vivía la guitarra antes de ser guitarra. Y ese pedazo de madera integrante de la selva tiene que haber recibido un gorjeo de algún ave al atardecer, o al amanecer, o al mediodía. De toda clase de pájaros a toda hora del día. Toda la selva recibió el cántico de pájaros a lo largo de los años, de pájaros que han cantado con frío en invierno, con sol, con siestas, con sustos, con coraje y en primavera con amor, con polluelos, con hijos o sin hijos. El cántico del ave ha sido siempre el elemento. Y a la madera sensible se le ha recontrapenetrado ese cántico”.

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