
De las muchas historias y anécdotas que me contó Manuel Contreras padre, hoy recuerdo ésta que reúne en mi memoria a dos personas a las que admiro.
Al poco tiempo de trabajar yo con él, Manuel fue invitado a un evento cultural en el que coincidió casualmente con el gran cineasta Luis García Berlanga. Me contaba al día siguiente que ya en una ocasión anterior habían sido presentados y habían conversado largo rato, pues Berlanga mostró real interés por la labor creativa de Manuel y éste a su vez admiraba el talento y la obra de aquel genio del cine.
Terminando aquella primera conversación, Don Luis le pidió un pequeño favor a Contreras. Le comentó que tenía la costumbre, algo supersticiosa, de llevar en su bolsillo algún objeto que sentir y acariciar, a modo de amuleto, y que le agradecería si pudiera darle un pedacito de madera noble, de alguna de las que empleaba en la construcción de sus guitarras.

Manuel preparó entonces, para que fuera agradable al tacto, un trocito de palosanto de Río, un sobrante del suelo de alguna de sus guitarras en construcción, y se lo hizo llegar.
En aquel casual segundo encuentro, lejano ya en el tiempo el primero, me contó Manuel que Berlanga, al reconocerle entre los asistentes, se acercó a él y a modo de saludo, sin mediar palabra, sacando la mano de su bolsillo, le mostró sobre su palma aquel pedacito de Jacarandá.
Victoria Velasco